Entorno, salud mental y personas mayores dependientes

Nov 15, 2024

Diego Sánchez González, Universidad Nacional de Educación a Distancia y Consejo Superior de Investigaciones Científicas


La falta de atención a los factores socioambientales asociados con los problemas de salud mental que sufren las personas mayores dependientes está mostrando las carencias de un sistema obsoleto y desbordado. Así, se han descuidado las políticas dirigidas a abordar los problemas del entorno construido (vivienda, barrio) y sus implicaciones en el riesgo de trastornos mentales entre las personas de edad con necesidades de cuidados. Precisamente, la comunidad científica está descubriendo que a través del control del ambiente se puede influir en el bienestar físico y emocional de las personas mayores dependientes y sus cuidadores.

La atención a la dependencia sigue siendo un derecho pendiente. En la actualidad en España más de un millón y medio de personas, sobre todo, de 80 y más años, tienen reconocida su situación de dependencia. Sin embargo, más de 300 mil personas dependientes se encuentran desatendidas y cada año más de 45 mil personas fallecen en las listas de espera de la dependencia (Ramírez-Navarro et al., 2024). A su vez, se cuestiona la adecuación de los entornos (viviendas y barrios) y el acceso y la calidad de los servicios (ayuda a domicilio) en relación con el grado de dependencia del usuario. Justamente, el aumento de las personas mayores con demencia ha abierto el debate sobre las necesidades específicas de la vivienda para posibilitar cuidados dignos y su repercusión en la salud física y mental (van Hoof et al., 2009). Así, se discute sobre el mercado de la vivienda, las políticas de vivienda pública, y las políticas de salud y servicios sociales y sus posibles implicaciones en el bienestar físico y mental de las personas mayores dependientes y sus cuidadores.

La salud mental de las personas mayores dependientes debe ser una prioridad de las políticas públicas. De hecho, una buena salud mental está asociada con una mayor longevidad. En la actualidad una de cada dos personas mayores de 75 años, sobre todo dependientes, padece algún tipo de trastorno mental (depresivo, ansiedad, del sueño) (Ministerio de Sanidad, 2023). Sin embargo, se estima que solo una de cada cinco personas mayores con trastornos mentales, como depresión, recibe algún tipo de tratamiento (UNECE, 2024). Precisamente, las mujeres de edad presentan más riesgo de problemas de salud mental y menos acceso a un adecuado diagnóstico médico, debido a las deficiencias del sistema público de salud y a la falta de atención psicológica a nivel de atención primaria. Asimismo, el riesgo de problemas mentales para este grupo vulnerable se relaciona con las limitaciones funcionales, multimorbilidad, polimedicación, consumo de alcohol y otras drogas (medicamentos), aislamiento social y soledad, discriminación por edad (edadismo), inseguridad financiera, maltrato, abuso, sobrecarga del cuidador, y problemas del entorno.

La inadecuación y la falta de apoyos del entorno físico y social pueden incrementar el riesgo de trastornos mentales entre las personas dependientes y sus cuidadoras no profesionales. Así, el entorno cotidiano puede condicionar el derecho a recibir y prestar cuidados a largo plazo. Precisamente, el aislamiento social y la soledad de las personas mayores discapacitadas y dependientes están relacionados con la tipología y altura de los edificios, y los problemas de accesibilidad (barreras arquitectónicas, acceso a servicios de salud y sociales), contaminación (acústica, del aire) y seguridad en la vivienda y el vecindario (García-Valdés et al., 2023). También, el deterioro ambiental y la falta de espacios públicos estimulantes, como áreas verdes, pueden desalentar estilos de vida saludables e incrementar los problemas mentales de este creciente sector de la población (Sánchez-González et al., 2018). A su vez, la falta de espacio, la incorrecta iluminación y el deficiente confort térmico, pueden limitar el derecho a recibir y prestar cuidados a largo plazo en la vivienda. Precisamente, la inadecuación del hogar puede incrementar el riesgo de deterioro funcional y cognitivo, aumentando los trastornos mentales (depresión, ansiedad y del sueño) y favoreciendo los accidentes, como caídas y errores en la prestación de cuidados (errores en la administración de los medicamentos prescritos, deficiencias en el aseo personal). Además, los efectos del cambio climático, como olas de calor e inundaciones, pueden acrecentar el riesgo de mortalidad y morbilidad, como los problemas de salud mental para este colectivo vulnerable, sobre todo, en entornos no adaptados y sin el apoyo psicosocial adecuado (Sánchez-González y Chávez-Alvarado, 2019). Por ello, cuando el hogar resulta hostil y limita la autonomía personal y el acceso a cuidados dignos a largo plazo, debemos cuestionar la viabilidad de envejecer en el lugar y plantearse como alternativa la reubicación (Golant, 2015).

El entorno físico y social constituye un factor relevante de una buena salud mental de las personas mayores. Justamente, desde el enfoque de la gerontología ambiental se ha subrayado que el ambiente moldea las capacidades físicas y mentales a lo largo de su vida, y resulta determinante en el bienestar emocional, social y cognitivo de las personas a medida que envejecen y se enfrentan al reto de la discapacidad y la dependencia (Sánchez-González y Rodríguez-Rodríguez, 2016).

Las relaciones cambiantes entre la pérdida de capacidades funcionales y cognitivas de las personas mayores, como la aparición de la dependencia, y las presiones y transformaciones de sus entornos, puede convertir un lugar hostil, como una vivienda o un vecindario, en uno amigable y viceversa (Yu y Rosenberg, 2020). Al respecto, la relación entre la persona mayor y el lugar que habita, resultado de experiencias cotidianas a lo largo del tiempo, posibilita la construcción de vínculos con el entorno, como identidad y sentido del lugar, que proporcionan sensación de continuidad, comodidad y equilibrio. De ahí, la importancia de proporcionar entornos amigables que promuevan el envejecimiento saludable, facilitando que las personas puedan envejecer en el lugar, en su hogar y vecindario, y recibir cuidados a largo plazo.

La comunidad científica constata la necesidad de desarrollar un enfoque basado en la comunidad para el envejecimiento saludable, que considere el entorno residencial clave para que las personas mayores puedan adaptarse y autogestionarse, incluso en situación de dependencia (Chen et al., 2024). Aquí, los diseños amigables en entornos residenciales de propia elección, como el cohousing y vivienda colaborativa, pueden promover la autonomía e independencia, compensando la perdida de capacidades funcionales y cognitivas, y proporcionar acompañamiento y apoyos frente al aislamiento social y la soledad (Rojo-Pérez et al., 2022).

Un entorno bien diseñado, accesible, seguro y estimulante, que promueva la interacción social, la actividad física y la conexión con la naturaleza, puede ser terapéutico para mejorar la salud mental de las personas mayores y, especialmente, de aquellas con algún grado de dependencia (Sánchez-González y Çortés-Topete, 2016; Cutchin y Rowles, 2024). Entre las soluciones ambientales que pueden contribuir a una buena salud mental en las personas mayores dependientes, se incluyen: crear entornos seguros, acogedores y familiares, que pueden ayudar a reforzar la percepción de seguridad y comodidad, y el sentido de pertenencia al lugar, mejorando la salud mental al reducir el riesgo de ansiedad y miedo; diseñar entornos accesibles para facilitar la movilidad y el acceso a espacios públicos, transportes públicos, y servicios de salud y sociales, favorecer la participación e inclusión social de las personas dependientes, y mejorar la salud mental al reducir la sensación de aislamiento social y soledad; e impulsar espacios estimulantes, mediante el diseño de espacios verdes, como parques, jardines y áreas verdes, y de espacios azules, como espejos de agua (estanques, lagos) integrados en el paisaje, para promover la actividad física y la salud mental a través de la exposición de la naturaleza, lo cual, puede ofrecer beneficios terapéuticos, mejorar el bienestar, y reducir el estrés, la ansiedad y la depresión.

El futuro diseño y la adaptación de entornos amigables con la dependencia debe constituir una estrategia proactiva, sostenible y no farmacológica, un elemento clave de las ciudades y comunidades amigables con las personas mayores y con la promoción del envejecimiento saludable (Buffel et al., 2018; Park y Porteus, 2018), así como un factor importante en la futura configuración de los programas sociales y de salud ante el creciente riesgo de trastornos mentales en la sociedad actual y, particularmente, en las personas mayores dependientes. Dicha estrategia proactiva debe posibilitar que estas personas puedan actuar como agentes de cambio, al modelar y adaptar sus ambientes a sus necesidades y preferencias. Para ello, es necesario la implementación de medidas de apoyo psicosocial, económico y técnico dirigido a personas dependientes y sus cuidadores, así como promover un cambio de conciencia sobre la forma de ver el envejecimiento y la dependencia. Un hecho que obliga a replantear la máxima de añadir vida a los años mediante cambiar la perspectiva en la que se conciben, diseñan y adaptan los entornos en los que se vive, se envejece y se reciben cuidados a largo plazo.

Proyectos asociados: Envejecimiento activo, calidad de vida, género y salud: Testeando respuestas edadistas relacionadas con la salud (ENCAGES-3-CM) (PHS-2024/PH-HUM-169); Estudio Caregiving and Ageing in Spain and Sweden (CASS): tendencias, perfiles y determinantes de la salud y calidad de vida de personas mayores cuidadoras en España y Suecia (PI22CIII/00043); y Estrategias de adaptación para personas mayores que viven solas ante el riesgo de olas de calor en España (PID2023-146247OB-I00).


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