Microgeografías de la pandemia en la vejez

Abr 8, 2020

María Eugenia Prieto Flores, Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Instituto de Geografía, Universidad Nacional de la Pampa, Argentina.

contacto: meprieto@conicet.gov.ar

 

Todos tenemos nuestras propias geografías así como nuestras propias biografías. Anthony C. Gatrell[1]

 

Sabemos que los lugares en los que desarrollamos nuestra vida diaria influyen sobre nuestra salud y nuestro bienestar, y que se componen de distintas dimensiones.

La dimensión más representativa del lugar es la física, formada por diversos elementos como los que configuran el espacio construido: las calles, las viviendas, las plazas, las tiendas y los equipamientos de servicios forman parte de nuestros paisajes cotidianos y cumplen determinadas funciones centrales para la vida como el desplazamiento, la residencia, la recreación, la alimentación, la atención sanitaria y la educación. Los lugares de la vida cotidiana tienen también una dimensión social donde tejemos nuestras relaciones con otras personas, desde la escala íntima del hogar y el barrio hasta entornos más amplios como el de la ciudad. Estos lugares poseen además una dimensión simbólica. Tienen para nosotros un significado, nos despiertan sentimientos como el de pertenencia y evocan nuestros recuerdos.

Las dimensiones física, social y simbólica de los espacios están interrelacionadas e influyen sobre nuestra experiencia del lugar, que puede ser positiva o negativa e incluso variar con el tiempo.

En las edades avanzadas, el espacio microgeográfico de la vivienda y el barrio representa el lugar en el que desarrollamos la mayor parte de nuestras actividades y donde más interactuamos socialmente, pero además es el espacio que nos despierta un mayor sentimiento de autonomía y control sobre nuestras vidas. Este entorno cercano juega un papel fundamental en la integración social en la vejez, que muchas veces se ve limitada por la presencia de diferentes tipos de barreras relacionadas con las condiciones socioeconómicas y ambientales, de dotaciones de servicios, de accesibilidad y de seguridad en el lugar en el que vivimos.

La pandemia de coronavirus COVID-19 ha impactado sobre todos los aspectos de nuestras vidas y también lo ha hecho sobre la experiencia del lugar en los distintos grupos de población y de forma muy particular en las personas mayores.

El colapso frente al virus que sufren los sistemas de salud y de cuidados de larga duración, algunos recortados a lo largo del tiempo, ha provocado nuevos usos de los espacios. Hemos asistido en diversos países a la creación de hospitales temporales en centros de convenciones, polideportivos, estadios, parques, predios militares, que suman contra reloj camas para atender a los pacientes. Respuestas urgentes, sin llegar a ser suficientes, pero incluso difíciles de alcanzar en las regiones con economías y sistemas sociosanitarios frágiles.

Pero no solo estos cambios están influyendo sobre nuestro sentido del lugar. El entorno físico y social de nuestra vida diaria también se ha transformado. Las necesarias medidas de distanciamiento que estamos experimentando han provocado el cierre de lugares de encuentro, el confinamiento en casa, la restricción de los vínculos directos con el mundo exterior y la limitación de las relaciones intergeneracionales. El espacio cotidiano de las personas mayores ha cambiado profundamente.

Sin embargo, estas medidas de aislamiento resultan difíciles de practicar en buena parte de nuestras geografías, donde las malas condiciones de habitabilidad impactan diariamente sobre la salud de las personas que llegan a sufrir ahora una doble situación desfavorable: mayor vulnerabilidad y mayor exposición a la enfermedad transmitida por coronavirus.

La pandemia está atravesando los usos del espacio y la experiencia del lugar en sus dimensiones física, social y simbólica, desde la macro hasta la microescala. ¿Cómo seguirán escribiendo estas geografías nuestras biografías?

Necesitamos que los lugares sean saludables, desde el espacio de la vivienda hasta el del planeta que nos acoge. Necesitamos reducir las injusticias sociales y ambientales y garantizar la protección y mejora de los sistemas públicos de salud y cuidados. Necesitamos habitar lugares saludables en todo el curso de nuestras vidas, desde el nacimiento hasta la vejez.

 

[1] Gatrell, A. C. (2002): Geographies of Health: An introduction. Blackwell Publishing, Oxford.

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